En cierto tiempo vivía en Jentilbaratza un gentil muy fuerte: dominaba a todos los demás gentiles.
Pasaba su tiempo dando vueltas de Jentilbaratza a Leizadi y de Leizadi a Jentilbaratza. Y cierto día se le ocurrió bajar donde los cristianos para comprobar si había algún hombre con quien pelear.
Se dirigió hacia Lazkao y en el camino se encontró con un muchacho de catorce años. Le preguntó si él era un hombre. « Aún no soy hombre, soy demasiado joven » le respondió el muchacho.
Tras pasar Lazkao se encontró con un anciano en el camino hacia Senpere y le preguntó también si él era un hombre. El anciano le respondió que él ya estaba de vuelta pero que en la ferrería de Beasain encontraría hombres hechos y derechos.
El gentil se dirigió directamente a la ferrería de Beasain y preguntó si había hombres allí. Y salió un cristiano herrero. Y entonces el gentil le dijo: « Si hay algún hombre capaz de doblarme la zarpa, que salga ».
El herrero respondió que sí, « espera a que salga yo con dos dedos ». Así, cogió al gentil con unas tenazas enrojecidas en el fuego y le cortó la nariz.
El gentil regresó a Jentilbaratza gritando y sus amigos le preguntaron sobre qué le había pasado. « Los cristianos tienen malas artes », respondió. Y desde entonces los gentiles temen a los cristianos.